Escritos de Abd al-Hazir/Scavenger

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Encounter with Burrowing Death, Part II, traducido como Encuentro con la muerte en las dunas - II, es el número de entrada 005 de los Escritos de Abd al-Hazir, un relato corto publicado el 2 de octubre de 2008[1].

Texto

Cuando estaba a punto de desmayarme, Burroughs me agarró por el cuello de las vestiduras y me sacudió. —Parece que quieres ser la cena de alguna trilladora, ¿eh, al-Hazir? —preguntó—. ¿Acaso no habías visto carroñeros antes?

Sí que había visto carroñeros antes: pequeñas criaturas subterráneas que se alimentan de carroña. Sin embargo, al contrario que la mayoría de los animales de este tipo, los carroñeros son extremadamente agresivos y no dudan en atacar a todo aquel desafortunado que se tope con ellos. Los carroñeros tienen patas muy potentes que utilizan para atacar rápidamente por sorpresa, abalanzándose sobre gargantas y rostros desprotegidos. Su anatomía guarda un asombroso parecido con la de los saltadores del Desierto de Aranoch, y por tanto, muchos investigadores catalogan a las dos criaturas como pertenecientes a la misma familia. Se sabe que una variante hechizada (algunos dicen que demoníaca) acosó a varios aventureros en la región de Tristán hará unos veinte años. Los carroñeros también fueron los causantes de un episodio muy desagradable de mi juventud, que no me pareció conveniente relatar a Burroughs en aquel momento.

—Pues sí: unos animales subterráneos cazarán a otros animales subterráneos —dijo. Luego tomó los haces de cuerda que colgaban de la jaula y los clavó en el suelo con una pica pesada. También sujetó lo que parecían ser cuchillos alargados a los lados de sus pesadas y ajadas botas, y dirigió las cuchillas hacia el suelo.

—Es mejor que te apartes. —Acto seguido, mientras agarraba las cuerdas, deslizó el pestillo que cerraba la jaula y la volcó sobre la arena. La jaula salió despedida con la desenfrenada pugna de los carroñeros por salir de su cautiverio. Apenas tuve tiempo de preguntarme cómo Burroughs se las había arreglado para ponerles a esas pequeñas bestias los collares a los que había amarrado las cuerdas. Los carroñeros se sumergieron rápidamente en la arena.

En ese momento me puse muy tenso. Me sentía desnudo y vulnerable. ¿En qué hora se me ocurrió que venir aquí sería una buena idea?

Miré hacia los eriales bajo la tenue luz, intentando distinguir las reveladoras aletas en forma de cuernos de las trilladoras atravesando la superficie de la arena.

Sin previo aviso, la trilladora de dunas surgió en la superficie y los tres carroñeros cayeron en sus horripilantes fauces. Hubo una enorme explosión de arena cuando la trilladora volvió a sumergirse en la tierra con su presa. De inmediato, las cuerdas se tensaron, y pensé que Burroughs sería arrastrado hacia su propia muerte. Yo no comprendía cómo podía pensar que sería capaz de sujetar a semejante bestia. Pero ni siquiera lo intentaba, simplemente esperaba.

Tras varios segundos de gran tensión que parecían eternos, la cuerda comenzó a hacer extraños movimientos bruscos.

—Ah. Esos granujas están haciendo su trabajo —dijo con una sonrisa cadavérica—. No deberían tardar mucho.

Después de unos breves instantes de confusión, las sacudidas de las cuerdas eran cada vez menos intensas y finalmente Burroughs comenzó a tirar de su presa. Cuando la tenía parcialmente sobre las rocas, me di cuenta de lo que había ocurrido. La trilladora había engullido a los carroñeros enteros y éstos, por su parte, habían empezado a perforar su estómago en busca de un camino de salida antes de morir entre los jugos digestivos. Uno de ellos aún se aferraba a la vida, aunque débilmente. Había conseguido abrirse camino hasta la superficie a través de la trilladora cuando aún su piel se consumía lentamente. Era repulsivo.

Burroughs se rió de mí una vez más mientras cortaba la cabeza triangular de la bestia, y comenzó a hablar sobre las increíbles trilladoras de dunas y sobre la dinámica de su prominente mandíbula inferior, capaz de abrir camino a través de la tierra. Me explicó cómo el diseño de su mandíbula le permitía moverse sin esfuerzo alguno bajo la arena con una indescriptible velocidad, y muchas otras cosas que no me interesaban escuchar. Yo asentía levemente con la cabeza y me preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de que pudiera marcharme educadamente a casa y meterme en la cama.[2]

Referencias


v · d · e Escritos de Abd al-Hazir
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