Diferencia entre revisiones de «Escritos de Abd al-Hazir/Dune Thresher»

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'''Encounter with Burrowing Death, Part I''', traducido como '''Encuentro con la muerte en las dunas - I''', es el número de entrada 004 de los [[Escritos de Abd al-Hazir]], un relato corto publicado el 18 de septiembre de 2008.
'''Encounter with Burrowing Death, Part I''', traducido como '''Encuentro con la muerte en las dunas - I''', es el número de entrada 004 de los [[Escritos de Abd al-Hazir]], un relato corto publicado el 18 de septiembre de 2008<ref>http://eu.blizzard.com/diablo3/world/</ref>.


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Revisión del 12:40 31 ago 2011

Encounter with Burrowing Death, Part I, traducido como Encuentro con la muerte en las dunas - I, es el número de entrada 004 de los Escritos de Abd al-Hazir, un relato corto publicado el 18 de septiembre de 2008[1].

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Mientras me preparaba para empezar a escribir el registro de mis pensamientos al comienzo de la ambiciosa tarea de recopilar el conocimiento del mundo en un tomo, la mano de la providencia me dio un toquecito en el hombro. La noticia de que un excavador solitario había matado a un ciudadano justo a las afueras de la ciudad me brindó la maravillosa oportunidad de examinar de primera mano a uno de los seres más inquietantes con los que compartimos este mundo: la salvaje trilladora de dunas.

Es raro que los habitantes de las ciudades vean trilladoras de dunas, pues estas criaturas fueron apartadas hace ya tiempo de lugares habitados y se retiraron hacia los profundos baldíos desérticos de las Tierras Fronterizas. No obstante, quizás cuando están heridas o por su avanzada edad, estas impías criaturas se acercan de vez en cuando hasta los límites de la civilización para darse un festín de frágiles humanos. Cuando esto ocurre, un profesional como Franklin Burroughs, el renombrado guía y cazador, acude a la llamada para poner fin a la amenaza.

Afortunadamente, dado que tanto él como yo somos hombres de viajes y aventura, los caminos de Burroughs y los míos se habían cruzado en el pasado (los lectores habituales de mis obras recordarán con toda seguridad a ese hombre avezado y curtido de mi clásico Crónicas de Xiansai). Así pues, le envié un mensaje para que me permitiese tomar parte en su empresa por librarnos de la pesadilla excavadora. Se mostró reacio en un principio, pero podría decirse que le agradó la idea de que fuese con él.

Me reuní con él al atardecer sobre las rocas arenosas que bordeaban los Eriales de Tardein. Cuando me acerqué al lugar, me encontré a Burroughs arrodillado sobre las negras rocas inspeccionando algo. Dirigí la mirada a la materia indistinguible que observaba con tanta intensidad, pero no pude identificar qué era. Alzó la mano, haciéndome una señal para que caminase despacio. Cuando le pregunté cuál era el problema, señaló el objeto de su atención y me preguntó si quería acabar como aquel pobre loco. Me reí, pensando que me estaba gastando otra de sus bromas. ¡Todo el mundo sabía que las trilladoras de dunas atacaban desde las profundidades de la arena, y que uno estaba a salvo sobre las rocas!

—Díselo a él —musitó.

Miré de nuevo, y lo que vi me revolvió el estómago. Las rocas habían traicionado la desesperación con la que la víctima se había aferrado a ellas. Sobre las manchas de sangre había restos de piel desgarrada de sus manos y dedos.

—Saltan sobre las rocas y te arrastran. Un cazador experimentado como yo podría sobrevivir al ataque, pero alguien como tú se convertirá en su almuerzo si continúas pisando el suelo así, haciendo tanto ruido—. Soltó una risita entre dientes mientras se dirigía a su cargado carromato.

Rápidamente, pero con sin hacer ruido, me aparté del borde de las rocas. Entonces oí un alarido. Burroughs traía un objeto voluminoso cubierto con una lona negra, una especie de jaula. De esa jaula procedían los chillidos infernales. Del interior de la cubierta sobresalían cuerdas gruesas. —Aléjate más —dijo. Como si quisiera explicarme el porqué, agitó la jaula que sostenía. Se oyeron gritos aún más desgarradores, que me atravesaron el cráneo como frías cuchillas afiladas. Sin embargo, aquello no fue nada comparado con el sonido que oí justo después: la agitación fatal de la arena que anunciaba la llegada de la trilladora.

—El sonido que producen vuelve locos a los trilladores. Es mejor que los pongamos en la arena antes de que nos llegue compañía—. A continuación, retiró la lona que cubría la jaula. Lo que vi me conmocionó. Todo a mi alrededor empezó a empañarse y a volverse de un tono grisáceo repugnante. Mis rodillas sucumbieron bajo mi propio peso.[2]

Referencias


v · d · e Escritos de Abd al-Hazir
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